La Flecha Negra (Ilustrado) by Robert Louis Stevenson

La Flecha Negra (Ilustrado) by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson [Stevenson, Robert Louis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1888-04-07T16:00:00+00:00


Capítulo VI

El Buena esperanza (conclusión)

Los quejidos del herido se mezclaban con los aullidos lastimeros del perro del barco. El pobre animal, ya fuera simplemente que estuviera triste por encontrarse lejos de sus amigos, o que se diera cuenta de que el barco estaba en peligro, aullaba con tanto afán que sus aullidos sonaban por encima de los rugidos de la tormenta, y los más supersticiosos veían en aquellos sonidos de mal agüero un presagio del destino del Buena esperanza.

Lord Foxham yacía en un camastro, sobre una manta de piel. Una pequeña lámpara proyectaba su luz mortecina sobre la Virgen que había en el camarote, y a su luz Dick pudo ver el pálido rostro y los ojos hundidos del herido.

—Estoy malherido —dijo—. Venid a mi lado, joven Shelton; quiero que junto a mí haya por lo menos alguien de buena cuna; porque, después de haber vivido como un hombre noble y rico toda mi vida, es triste que tenga que recibir una herida en una escaramuza sin importancia, para venir a morir en el mar, en un barco sucio y viejo, entre villanos y gente de mal vivir.

—Vamos, señor —dijo Dick—. Ruego a todos los santos que os recobréis de esa herida y que lleguéis a tierra sano y salvo.

—¿Cómo? —preguntó lord Foxham—. ¿Llegar sano y salvo a tierra? ¿Hay alguna posibilidad?

—El barco sigue luchando, aunque el mar está revuelto y no parece muy amistoso —repuso el muchacho—, y, por lo que he oído decir a mi compañero que se ocupa del timón, tendremos mucha suerte si podemos llegar secos a tierra.

—¡Ah! —exclamó, sombríamente, el barón—. Todos los terrores del mundo rodearán la partida de mi alma. Señor, pedidle a Dios que, aunque os dé una vida dura, os conceda una muerte fácil, antes que vivir cómodamente para encontraros rodeado de desgracias en el último momento. Sea como fuere, tengo algo en la mente que no debe esperar más. ¿No hay ningún sacerdote a bordo?

—Ninguno —contestó Dick.

—Entonces me ocuparé de mis intereses materiales —repuso lord Foxham—. Sed tan buen amigo para mí cuando haya muerto, como buen enemigo habéis sido mientras vivía. Es esta una hora negra para mí, para Inglaterra y para todos los que confiaban en mí. Mis hombres están bajo el mando de Hamley, el que era vuestro rival; os encontraréis con él en la sala grande en Holywood. Este anillo que os doy os acreditará como representante mío y portador de mis órdenes; y, además, os voy a escribir dos palabras en este papel, pidiéndole a Hamley que os entregue a la dama. ¿Obedeceréis…? No lo sé.

—¿A que órdenes os referís, señor? —preguntó Dick.

—Ah, sí, las órdenes —repitió el barón, y miró a Dick con duda—. ¿Sois partidario de Lancaster o de York? —preguntó por fin.

—Me avergüenza decir que apenas si puedo contestar a esa pregunta —contestó Dick—. Pero algo sí es seguro: puesto que sirvo a Ellis Duckworth, sirvo a la Casa de York. En ese sentido, me declaro partidario de la Casa de York.

—Eso está bien —dijo el caballero—.



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